Nadie, jamás, camina solo cuando de enfrentarse al liquido elemento se trata… Los últimos vientos han soplado trayéndome nuevos retos, nuevas oportunidades que asimilar y canalizar… y es que, la vida, cómo el mar, acostumbra a darte largos períodos de calma y mares muertos… hasta que, de pronto, la suave brisa se convierte en viento moderado, el mar de fondo sube… y es, entonces, cuando se propicia una cascada de acontecimientos que, si no consigues gestionar correctamente, pueden llegar a ser un verdadero problema… para uno mismo y para los que te rodean.
La mejor respuesta que he encontrado, hasta ahora, para encauzar dichos torrentes de información y emociones, ha sido la de seguir pescando. Este deporte tiene algo que no he encontrado en ningún otro de los que he practicado… y es que jamás me he sentido solo en ninguna orilla que haya pisado. El tiempo pasa rápido, los problemas se disuelven y el pulso se relaja. Un solo propósito se apropia del 100% de tus capacidades y es, precisamente, en esas jornadas de «soledad», cuando la mente se aclara y las aguas interiores se calman.
En los últimos tiempos, he pasado muchas de mis jornadas de pesca «en soledad», en compañía del único líquido al que soy adicto, encontrándome conmigo mismo y centrando el tiro en todas aquellas decisiones pendientes de tomar. Han sido jornadas de «pescar por pescar», de experimentar, de dedicar horas a estrategias, técnicas y montajes nuevos. Jornadas que, en el día a día, me da mucha pereza llevar a cabo por la ausencia manifiesta de garantías de éxito, pero que, sin embargo, me apetece realizar cuando estoy solo y tengo tiempo para reflexionar con calma sobre aquello que estoy haciendo.
Nos acabamos convirtiendo, inconscientemente, en «sacadores de peces», olvidamos lo que significa «ir de pesca» y nos centramos en «ir a pescar». Enfocados al qué y no al cómo… en una vorágine en la que los resultados priman sobre la forma de alcanzarlos.
He dedicado horas a desarrollar, para mi mismo y mi escenario de pesca, una técnica efectiva para capturar carpas con vinilo, muchas horas al torno para probar nuevos montajes que funcionen con truchas, cada día, más presionadas, varias jornadas pescando a mosca en mar… y otras tantas destinadas a probar una buena cantidad de nuevos señuelos de spinning enfocados a la lubina… y, en ningún momento, me he sentido solo.
«Mi compañero de pesca»… dícese de aquel con el que, frecuentemente, construyes recuerdos con risas, remojones y charlas que suelen discurrir alrededor de un pez. Sabes que tienes uno, cuando te alegras de sus capturas cómo si fuesen tuyas, cuando te da igual que hoy caigan de tu lado cómo del suyo… o cuando, sencillamente, te da igual que caigan. Suele decirse que esta es la esencia de la pesca… y es, en parte, verdad. No soy capaz de imaginarme, durante mucho tiempo, sin compartir espacio y emociones con mi hermano de orilla… sin embargo, sigo necesitando pescar en soledad… aunque nunca me sienta solo.
Reflexiones de un adicto… yo que se…